Si no existieras, Amor

 

Si no existieras, Amor

 

 

La cacerola de oro del remordimiento”

 

Toda la batería de cocina del Santo Oficio de los Muertos”

 

Jacques Prevert.

 

 

 

 

"Estoy loco de lenguaje. Nadie me escucha. 

Nadie me mira,

pero continúo hablando, girando mi manivela".

Roland Barthes (Fragmentos de un discurso amoroso)


 



Si no existieras, Amor, 

no habría mundo.

Quienes tienden las redes cloacales, 

de gas, de agua potable,

levantan edificios impensables, 

construyen buques,

aviones, portaviones, 

marionetas, espejos, tolderías, 

habrían olvidado el compromiso;


las madrazas que cuidan de los niños 

incansables o enfermas,

las doncellas que tiemblan mientras zurcen, 

los hombres que hoy se buscan el sustento, 

los viejos que sonríen y son viejos,

no tendrían razón para estar vivos, 

para pelear día y noche contra el Ogro;

no detestarían la muerte que suprime 

y serían animales del panteón 

encasillados en jaulas naturales,

tragando la intemperie y su inclemencia.


Porque cada accionar sin tu palabra,

 cada verbo, maldito y repetido

de cada hemeroteca traspasada, 

encierra en su encuitado subterfugio

 un je t'aime, espérame que llego;

quiero estar junto a ti,

que me desees,

quiero que tu boca a mí me nombre,

que tus manos se enlacen con mis pechos, 

y digas que es de día aunque haya noche,

concierto de matices progresivos,

misales a la hora de la cena.


Entonces ves, Amor, 

imprescindible

la hechura con que lustras las herrumbres

de baterías de oro de cocina del Santo Oficio, 

remordimiento de las cacerolas fogueadas 

en Palabras de lira preexistente;

que chasqueas los dedos 

y eres dios y el demonio

de un Olimpo fulgente y terrenal.


Amor, estás y eres el ancla del ascetismo 

y la fuerza motriz de las industrias.

Tu voz incognoscible es serenata.

Tu cuerpo es un racimo de esmeraldas 

cuajadas de vapores

y tu olor el rasante de los planos, 

la presa inconfundible del sigilo

ante la radicalidad del tiempo ausente, 

y vas como un pretor de las tinieblas, 

impartiendo la fe, que aquí nos falta.

La máscara


La máscara




La máscara ha muerto,

cayó asesinada por la vestal gloriosa; 

el espectáculo de ensayos

dejó su impronta sentida, 

en redes viñaderas.



Hoy, en domingos de estadios repletos, 

el fútbol de nuestros perdidos amores 

no tiene espectador ni porrista;

el naipe del truco 

a vuelta de correo.


¿Adivinar?


Lo nuestro fue un viento azaroso, 

que nos sentenció

al fenómeno de ciudades-sugestión, 

de playas con espinas,

botellas de vidrio 

arrojadas,

en la tenebrosidad 

de durar lo que

en el estío dura la lluvia 

de la melancolía.


¿Que lo obcecado de tu permanencia 

me sorprende?

No lo sé.

Pero, lo que parecía realmente inconcebible 

(si es que se dice así),

es que dudaras de mí.

De mi continuidad,

de mis palabras fluyentes,

de mis nervios olfativos,



como si

me desalentara tu realidad 

esquizofrénica.



Has sido más tonto que cien tontos 

(que la verdad no lastima lo mismo 

que la impiadosa mentira,

lo hemos convenido en las últimas consecuencias).



Hay una hora ruidosa

en que me pediste que huyera,

que me fuera de aquí, como he venido. 

Andate, suplicaste.

Tu voz sonaba claramente del otro lado del auricular 

y sin embargo, yo no quería aceptar la derrota.


Evidente.

Luego, me dijiste lo contrario.

No te alejes de mi lado,

con lágrimas detrás del portal.


Como siempre serás un teorema para mí, 

el otro polo opuesto por mi vértice oblicuo, 

certero y matemáticamente correcto.

Tan opuesto y tan apuesto.

Apuesto que sí.

Casi una sospecha, 

una intuición feliz, 

un susto,

una verdad manipulada a mi antojo, 

una calle que se abría para siempre, 

una sensual historia de amor,

una canción a dos voces,

al alimón de sueños,

una madrugada acompañada,

un hotel con camas sentimentales, 

una pasión feroz o silvestre,

un boato o una beata,

aquel vestido lujoso al mediodía, 

una religión dogmática,

una progresión geométrica, 

una perfección en red/

trapecio/ cuadrilátero/ triangular, 

algunas rayas, un signo a la distancia. 

Fuiste todo, fuiste más que todo, 

pero casi,

desde el día en que dejamos de ser amantes 

para convertirnos en apenas

dos números binarios 

y virtuales.


No man is an island



Ningún hombre es una isla




No man is an island

John Donne.




Reclamo una lectura 

reminiscente del fuego huracanado 

como principio y fin de la conciencia,

y preguntó por qué la soledad en la vigilia 

se hace eterna

si encuentro una mirada en ciertos sueños 

que no son pesadillas ni metáforas,

que marcan que mi ser es diferente

en cada madrugada acontecida 

con bella nitidez en mis entrañas.



Descubrir al amante es esa vida 

que tiene poco y nada de ficticia, 

allí donde se mueren las palabras 

y viven los fantasmas conflictivos 

dejando dulce aroma a despedida 

violenta, impertinente,

original de avenimiento en vagas direcciones.



La mañana del día de mañana

será el amanecer de un nuevo estilo, 

un viraje secreto hacia la sábana 

destinada a negar la realidad, 

poniéndola entre cuerdas imposibles.



Allí me está esperando

sorprendida y febril

la desmemoria

del viento y del pasado omnipresente.



Ver no es fácil, tal vez, nunca se sabe. 

Seduce la locura los infiernos.

En la tarde anterior yo me propongo 

continuar mi existencia sin argucias, 

en visiones creadas por la mente 

tensada por prejuicios de retórica.


No es casual que anteanoche haya vivido 

de mi historia el romance más buscado, 

una vez que aprendiera a intuir de cerca 

que nada hay verdadero en este mundo.




Índice - De dragones y miserias - tapa del libro

  Índice 7 - Como un prólogo 9 - De dragones y miserias 11- Desertores del sistema 13 - Amantes del absurdo 14 - Desvaríos a la hora del t...