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La legionela

 

La legionela

 

 

 

Trabalenguas

 

Guerra tenía una parra y Parra tenía una perra. 

La perra de Parra rompió la parra de Guerra.

Guerra pegó con la porra a la perra de Parra. 

Señor Guerra:

¿Por qué pega con la porra a la perra de Parra? 

Porque la perra de Parra rompió la parra de Guerra.”

 

 

Benjamín, amor mío,

cuando encuentres estos versos, 

supongo

que habrás entrado en pánico.


Está muy bien que estés tan asustado, 


igual que mucha gente. 


Te comprendo. 



Soy el virus de la bacteria airada.

Los traidores malditos,
poetas ferozmente malhadados, 

apremian con cinismo escriturario 

y dejan en la cama del olvido 

en la que también yo reflejo un alma herida, 

lo digo por si acaso, 

un sesgo de palabras sin retorno 

como médicos
que pierden las fronteras 

en el camino a casa.

No quiero abrir tus párpados cerrados 

ni ser escéptica de tu optimismo puro 

en un cajón con tapa de cristal 

contra las balas.

Estoy bajo el efecto de una droga 

penitente, mortífera, punzante,
que me permite ver con ojos parvularios, 

en el día más frío del otoño,
tu escasa lucidez, tu trampa infame.

Hay que implicarse, 

lo sabes, 

lo defiendes,
pero no actúes la parodia
del director de la Biblioteca Nacional, 

por pura demagogia.

Yo paso de tus huelgas sin sentido, 

de tu hambre de gloria
y tu servidumbre de aguada.

Conozco las vertientes 

que vas a usar impune,
a continuación en cualquier tipo de charla: 

Sin timos no hay canciones:

Rimar es hacer rimas 

sin timar ni escatimar. 

Paronomasias.

Comprendo tus clisés de la retórica, 

tropiezo en el error de pensamiento 

en dos o tres oraciones acopladas. 

"Desconfía de los hombres del canon",
-me parecen vulgares como tú-,
así los califica tu amiga Anna Ajmátova.

Ahora sé que me temes por nostalgia, 

que mientes por maldad o por envidia,
pues piensas, con la magia del estilo, 

que mis métodos son paranormales.

Están temblando tus hombros, tu semilla, 

el fémur, peroné, la pantorrilla,
el labio superior y la corona.

Te equivocas si crees
que podrás escapar de la Justicia 

de Dios que es infinita.

Él es mi camello, el marchante 

proveedor de mis sueños de desquite.

Alucina los rasgos del carácter 

que me obliga a enfrentarte 

con cuchilla filosa y homicida.

Porque Él tiene piedad 

del mundo que ha creado
porque nos ama,
y con tierna pasión
nos venga y nos redime 

de mentes nebulizadoras 

que inventan legionelas,
legiones, religiones, legionarios.

Aguardo con mi cuerpo en otra parte,

porque aprendí a esperar

el momento oportuno del encuentro.







Índice - De dragones y miserias - tapa del libro

  Índice 7 - Como un prólogo 9 - De dragones y miserias 11- Desertores del sistema 13 - Amantes del absurdo 14 - Desvaríos a la hora del t...